El valor de lo escaso
Antes, lo escaso tenía un peso que hoy, la mayoría de las veces, se pierde.
Hagamos memoria y pensemos en cuando íbamos a la escuela (en la era antes de los smartphones…). La necesidad de conseguir información implicaba varias acciones: ir a la biblioteca, preguntarle a las señoras bibliotecarias por aquellos libros que necesitábamos, buscar entre libros, dedicarles un tiempo de lectura, pensar, anotar… y lo más común era volver un par de veces más y repetir esos pasos hasta finalizar con la tarea que nos pedían.
Recuerdo algo de mi infancia: cada vez que me entregaban el boletín del colegio, el quiosquero me regalaba una tableta enorme de chocolate, pero solo si llevaba buenas notas. En mi caso, pasaba eso, y yo esperaba ese chocolate. Lo esperaba con una emoción total.
No era solo el chocolate, porque era riquísimo y el más grande que había, era lo que representaba: el reconocimiento de alguien que me conocía, la sorpresa envuelta en ese papel que contenía mi golosina preferida. Y fundamentalmente esa espera, que era parte del ritual, le daba aún más valor. Porque no era automático, había que ganárselo.
Y si la música era una de tus pasiones, había que esperar hasta que tus artistas favoritos anunciaran en algún programa alguna novedad sobre su próxima canción. Te quedabas enfrente de la televisión porque ya habían dicho que, a una hora específica, se lanzaba mundialmente ese nuevo videoclip (las epocas de MTV).
Te enterabas de las novedades cuando ibas corriendo al quiosco de revistas y diarios amigo, donde ya te conocían porque cada dos semanas ibas a buscar eso nuevo. Te enterabas leyendo lo que ocurría con tus bandas preferidas. Es más, como el allí ya te conocían, te las guardaba; ya tenía todo el material listo para la próxima vez que volvías.
Había algo especial en el esfuerzo, en la espera, en no tener todo al instante. Y pienso en el movimiento, en las diferentes acciones que había que hacer para obtener eso que queríamos y que, a su vez, nos regalaba sorpresas.
Les dábamos espacio para que ocurrieran, nos dejaba estar más en el presente, con mayor entusiasmo. No estábamos a la espera de algo más; ese “algo” lo teníamos ahí delante nuestro, y lo abrazábamos: era nuestro.
Hoy todo está al alcance de un clic, y aunque eso tiene su magia, también hace que a veces olvidemos el valor que tenía lo escaso.
No solamente por nostalgia, sino porque en la espera también había emoción, atención y disfrute y ahí vuelve a mi mente esa tableta de chocolate que esperaba con tantas ganas…. ¿No es eso lo que estamos buscando hoy todo el tiempo? Bueno, eso lo teníamos… y lo podemos tener en la espera, aunque suene poco intuitivo.
En la espera nos mantenemos presentes. No hay un “algo más” que nos esté apurando para lo siguiente. Simplemente, y difícilmente, porque es una tarea que nos requiere esfuerzo: estamos.
¿Qué cosas de tu vida te gustaría volver a esperar con ganas?